La simple belleza de la seducción

La simple belleza de la seducción o la seducción de la belleza: ambas fueron mis aliadas. Nunca había sido tan fácil, su sensible predisposición lo trajo a mí sin confrontación, sin rechazo.

Me da asco la falta de conciencia, aquella que se piensa en los que me acompañan. Los automatismos que ustedes practican como falso camino a lo incierto me irritan, son los que me hacen volver la cara y buscar personas como él, dispuestas a encontrar gracia en su rechazo. A burlarse de ustedes con una mano sobre mi hombro.

Llegó acompañado de esa incertidumbre, quería saber si realmente soy falta de conciencia. Descubrir si la verdad tiene un solo lado. Yo lo llame. Mejor dicho lo seduje. Él se acercó en un juego.

Perdido entre miradas que lo desconcertaban se dedicó, por un tiempo, a conocer su entorno, a recorrer cada esquina en busca de un detalle capaz de aislarlo y darle el placer de la victoria en el gran tablero de rutinas creado a su alrededor. Encontró su lugar entre los mundos. Partiendo cielo e infierno con su mirada siempre atenta, sentado con los dioses, a mi lado, descubrió la repetición en la tierra -como si fuera ésta la que al final nos privaría de sentido hasta aniquilarnos.

Así llegaban los momentos en que debía abandonar la contemplación y pretender que formaba parte de aquello que con tanto gusto admirábamos a distancia, de ese método irreflexivo al cual le daba asco pertenecer, que nos daba asco y al cual debía integrarse mientras yo lo veía, moviéndose ligeramente, tan sólo sobre su propia sombra.

Los días se continuaban. Le hablaban de mí como una enfermedad y sonreía, limitándose a contestar que la locura está mal catalogada, que debíamos darle una oportunidad y entender su juego. Así terminaban todas sus visitas: con él jugando a la rutina, sabedor de que ellos no cambiarían, ganando invariablemente.

De regreso en su altar. Encumbrado por enredaderas divinas descubrió una simiente terrenal que luchaba por su existencia, el nacimiento de otra vida iluminada que crecía a su lado, luego dos más; una trinidad que lo escoltaba en su contemplación del mundo y lo seducía con la insulsa aspiración de belleza que le era inherente. Poco a poco esa lucha fue llamando su atención, se dio cuenta de que los procesos que afectaban la vida de la semilla eran esfuerzos de tiempo completo que no daban espacio al reposo final; la inapreciable calidad de sus movimientos, desde la tierra hasta lo más extremo de sus crecientes tallos, lo tenían maravillado.

Despreocupado del estado de contemplación por el cual pretendía encontrar motivos humanos desde la panorámica de los dioses, tratando de entender qué justificación podrían dar estos a su creación, se dedicó a seguir los progresos de esta aspirante etérea que, con sus tres cabezas, se desentendía del mundo.

Su repentino cambio, en el que dio la espalda a la humanidad, desconcertó a los doctores. Los inquilinos del manicomio se sintieron desprotegidos, abandonados por la seguridad esperanzadora de esa mirada que cada día, como un baño de luz, dosificaba en ellos mi influencia y los mantenía en lucidez.

Maravillado ante los esfuerzos aislados de estas flores, sabedor de que lo ignoraban, a él que se hacía acompañar por una diosa, permaneció días al pendiente de ellas, sin perder detalle al desenvolvimiento de sus brotes divinos. Llegó la floración. El camino estaba completo y la belleza alcanzada. No más esfuerzos ascetas. Clímax esencial. Pasividad absoluta. Nada.

Una vez más giró su atención a lo mundano, sonriendo a la humanidad que debía atender de acuerdo a su plan original: hacer conciencia por medio de la contemplación de sí mismo a través de sus espejos, descifrar el juego de los dioses, exhibirme.

Nada excepto tedio presencial. Los movimientos aleatorios ante sus ojos carecían de gracia en comparación al surgimiento de la belleza que, simulacro de sí misma, yacía inerte a sus espaldas. Hastiado, se levantó. Había entrado en mí y me había acercado, tanto como pudo, a la inaccesible humanidad. Superó este espacio y lo arrojó a la corrosión de la memoria en un nuevo triunfo de la seducción.

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