Aún no tengo claro por qué gran parte de los seres humanos piensa continuamente en otro tiempo, manejando su vida entre lo que ya dejó de existir y lo que aún no supera su etapa de idea o posibilidad. Este hecho se relaciona directamente con la gran cantidad de quejas que se escuchan hoy en día.
Es claro que vivimos en el presente, esto no se puede cambiar, el problema de quien se queja es nunca estar concientes de la actualidad, del momento. Todo lo que hacen está diseñado para tener una consecuencia sobre la cual recae su estado emocional, pero la llegada de este porvenir acarrea nuevos objetivos a trabajar y nuevas alegrías futuras, perdiéndose gran parte de las presentes. Así las cosas, nunca podrán estar completamente satisfechos. La otra opción para no disfrutar el ahora es todavía más frustrante y sencilla: darse cuenta de que esperando, las ideas y expectativas cambiaron, que eso que ahora llega nos hubiera agradado en el momento en que pensamos conseguirlo y no ahora que lo tenemos, ahora queremos otra cosa. La ambición es parte importante de nuestra naturaleza, gracias a ella se han sucedido los mayores cambios evolutivos —mentales y físicos—; no podemos culparla por la ausencia de calma.
Esto es con respecto al futuro y la expectativa que contiene, el caso del pasado y las decisiones que en él se tomaron —hablamos del otro delgado borde por el cual caminamos haciendo gala de equilibrio, arriesgando a cada paso la caída—, es distinto y parece un esfuerzo personal por quitarnos la satisfacción de encima. Pongamos un ejemplo en el deporte. Hablamos de un equipo de futbol que tras una larga temporada consigue ganar su particular liga, obviamente existirá un festejo, pero este es atribuido por jugadores y cuerpo técnico al tiempo de entrenamiento, a la decisión de plantear de tal o cual manera las alineaciones, a cada jugada en específico del último partido y quizá alguno de los anteriores (situaciones, todas, en las que se pensó en el futuro), entre la infinidad de variantes que influyeron en el resultado final. Es aquí cuando la alegría del presente se disfruta por lo que ya se hizo, por lo que ya no se puede cambiar ni volver a disfrutar, por el valor que tuvo en aquel entonces, en su pasado, haciendo pensar el festejo como una simple consecuencia que se podría haber dosificado con cada uno de los esfuerzos pasados y por tanto el ahora se alegra por lo sucedido y no por el instante; situación idéntica en casos contrarios, cuando la felicidad es amarga.
Podríamos hablar de esto como una catarsis positiva, como algo bueno, pero no deja de ser una muestra de que el presente vive a la sombra de lo que no existe.
El presente ensombrecido se sobrelleva con relativa calma, superándolo con esfuerzos y planificaciones, este grupo de personas que justifica tanto alegrías como decepciones, tristezas y satisfacciones en las cosas que en su ahora no tienen pertenencia, se siente generalmente cómodo con el poco interés que le brinda al momento, sin prestarle atención encuentra respuestas a su estado anímico en las situaciones de otros tiempos, pero cuando hay algo que lo tiene intranquilo, cuando se presenta algo para lo que no tiene explicación basado en su experiencia, que no alcanza a entender (como son la gran mayoría de las cosas que nos suceden en el mundo, empezando por la religión), se desentiende de su responsabilidad en el camino a un estado de ánimo y busca responsables en otras cosas, animadas, racionales, etéreas, solidas y cuales quieran alejadas de él mismo. Algunos hombres aún consideran la tierra el centro del universo, en todas sus proporciones.
Esta culpabilidad puede o no ser asignada, pero siempre involucra un tono de imposibilidad para hacer algo al respecto y una molestia que no tenían planificada y por tanto no saben como reaccionar ante ella. Es una molestia que los involucra únicamente con el presente al que son tan desconocidos, pero a pesar de lo sorpresiva que pueda ser esta sensación, necesitan de una reacción que los ayude emocional y racionalmente a equilibrarse y sentir que ya todo está en sus manos.
Pero arreglar algo desconocido es complicado, es mucho más sencillo encontrar culpables. Culpables sobre los que —en ocasiones— no se puede hacer justicia con propia mano y que —la mayoría del tiempo— no tienen el suficiente interés como para generar un nuevo esfuerzo, dejando así una opción sencilla y despilfarradora: la queja.
Quejarse para solucionar las cosas no suele ser lo más eficaz, es de hecho contraproducente, puesto que el hecho de quejarte, como medio de expresión que es, te hace conciente del momento y de la totalidad conocida sobre aquel suceso que te crea el malestar, convenciéndote así de que no estás cómodo con lo acontecido y por tanto llevas tu malestar —que tranquilamente se puede convertir en ira, la experiencia lo confirma— a su máxima expresión, cegando de esta manera tu capacidad de análisis y aplazando aún más ese momento en que, pensando con calma, te vas a dar cuenta de qué pocos resultados obtuviste con tu queja, de que el problema tampoco era tan grave y que el tiempo de solucionarlo lo perdiste con la expresión irracional de tus inconformidades y con algo que no existe más que en su forma de recuerdo o posibilidad.
Es un hecho que nos vamos a seguir quejando, esta práctica es común rutina, una costumbre que sería inútil pedir abandonar, por ello, lo único que pido es que seamos totalmente concientes de nuestras inconformidades, sus medios y sus esperanzas, saber qué se quiere crear.
Es claro que vivimos en el presente, esto no se puede cambiar, el problema de quien se queja es nunca estar concientes de la actualidad, del momento. Todo lo que hacen está diseñado para tener una consecuencia sobre la cual recae su estado emocional, pero la llegada de este porvenir acarrea nuevos objetivos a trabajar y nuevas alegrías futuras, perdiéndose gran parte de las presentes. Así las cosas, nunca podrán estar completamente satisfechos. La otra opción para no disfrutar el ahora es todavía más frustrante y sencilla: darse cuenta de que esperando, las ideas y expectativas cambiaron, que eso que ahora llega nos hubiera agradado en el momento en que pensamos conseguirlo y no ahora que lo tenemos, ahora queremos otra cosa. La ambición es parte importante de nuestra naturaleza, gracias a ella se han sucedido los mayores cambios evolutivos —mentales y físicos—; no podemos culparla por la ausencia de calma.
Esto es con respecto al futuro y la expectativa que contiene, el caso del pasado y las decisiones que en él se tomaron —hablamos del otro delgado borde por el cual caminamos haciendo gala de equilibrio, arriesgando a cada paso la caída—, es distinto y parece un esfuerzo personal por quitarnos la satisfacción de encima. Pongamos un ejemplo en el deporte. Hablamos de un equipo de futbol que tras una larga temporada consigue ganar su particular liga, obviamente existirá un festejo, pero este es atribuido por jugadores y cuerpo técnico al tiempo de entrenamiento, a la decisión de plantear de tal o cual manera las alineaciones, a cada jugada en específico del último partido y quizá alguno de los anteriores (situaciones, todas, en las que se pensó en el futuro), entre la infinidad de variantes que influyeron en el resultado final. Es aquí cuando la alegría del presente se disfruta por lo que ya se hizo, por lo que ya no se puede cambiar ni volver a disfrutar, por el valor que tuvo en aquel entonces, en su pasado, haciendo pensar el festejo como una simple consecuencia que se podría haber dosificado con cada uno de los esfuerzos pasados y por tanto el ahora se alegra por lo sucedido y no por el instante; situación idéntica en casos contrarios, cuando la felicidad es amarga.
Podríamos hablar de esto como una catarsis positiva, como algo bueno, pero no deja de ser una muestra de que el presente vive a la sombra de lo que no existe.
El presente ensombrecido se sobrelleva con relativa calma, superándolo con esfuerzos y planificaciones, este grupo de personas que justifica tanto alegrías como decepciones, tristezas y satisfacciones en las cosas que en su ahora no tienen pertenencia, se siente generalmente cómodo con el poco interés que le brinda al momento, sin prestarle atención encuentra respuestas a su estado anímico en las situaciones de otros tiempos, pero cuando hay algo que lo tiene intranquilo, cuando se presenta algo para lo que no tiene explicación basado en su experiencia, que no alcanza a entender (como son la gran mayoría de las cosas que nos suceden en el mundo, empezando por la religión), se desentiende de su responsabilidad en el camino a un estado de ánimo y busca responsables en otras cosas, animadas, racionales, etéreas, solidas y cuales quieran alejadas de él mismo. Algunos hombres aún consideran la tierra el centro del universo, en todas sus proporciones.
Esta culpabilidad puede o no ser asignada, pero siempre involucra un tono de imposibilidad para hacer algo al respecto y una molestia que no tenían planificada y por tanto no saben como reaccionar ante ella. Es una molestia que los involucra únicamente con el presente al que son tan desconocidos, pero a pesar de lo sorpresiva que pueda ser esta sensación, necesitan de una reacción que los ayude emocional y racionalmente a equilibrarse y sentir que ya todo está en sus manos.
Pero arreglar algo desconocido es complicado, es mucho más sencillo encontrar culpables. Culpables sobre los que —en ocasiones— no se puede hacer justicia con propia mano y que —la mayoría del tiempo— no tienen el suficiente interés como para generar un nuevo esfuerzo, dejando así una opción sencilla y despilfarradora: la queja.
Quejarse para solucionar las cosas no suele ser lo más eficaz, es de hecho contraproducente, puesto que el hecho de quejarte, como medio de expresión que es, te hace conciente del momento y de la totalidad conocida sobre aquel suceso que te crea el malestar, convenciéndote así de que no estás cómodo con lo acontecido y por tanto llevas tu malestar —que tranquilamente se puede convertir en ira, la experiencia lo confirma— a su máxima expresión, cegando de esta manera tu capacidad de análisis y aplazando aún más ese momento en que, pensando con calma, te vas a dar cuenta de qué pocos resultados obtuviste con tu queja, de que el problema tampoco era tan grave y que el tiempo de solucionarlo lo perdiste con la expresión irracional de tus inconformidades y con algo que no existe más que en su forma de recuerdo o posibilidad.
Es un hecho que nos vamos a seguir quejando, esta práctica es común rutina, una costumbre que sería inútil pedir abandonar, por ello, lo único que pido es que seamos totalmente concientes de nuestras inconformidades, sus medios y sus esperanzas, saber qué se quiere crear.
1 comentario:
"A person who never made a mistake never tried anything new" Albert Einstein.
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