El hombre

Se convirtió en una sombra. Una sombra de crepúsculo, invisible, imposible. Una sombra que separa el día de la noche, la luz de la oscuridad. Pero también una sombra de medio día, existente sólo bajo sus propios pasos, una sombra perfectamente bien cobijada, una sombra que defraudaría a Conrad; inalcanzable, incruzable, indeterminada. Fue una sombra larga, inmensa, la gran sombra y también su ausencia, la sombra de todos los tiempos, la sombra sin tiempo. Se convirtió en una sombra y habitó el mundo, escondido, refugiado y siempre presente, necesario. Se convirtió en la sombra de Dios.

1 comentario:

La Güera dijo...

“La sombra de una nube el reflejo de la sombra de Dios”